Le definen como Pedri Potter quienes creen ver en su talento adolescente la magia infantil fabricada por JK Rowling y no el fútbol maduro y ordenado de un cerebro de 35 años sobre unas piernas de 19.
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No es Pedri, sino Modric, cuando obtiene el balón cerca del área y amaga con irse para dentro pero se perfila hacia su derecha, y vuelve a amagar con irse hacia dentro, pero vuelve a perfilarse a la derecha con otra caricia más suave y nueva que la anterior, y sitúa la pelota en línea perpendicular con la cal que decide qué portero vive y qué portero muere, y acaba disparando cruzado, no demasiado potente pero sí demasiado ajustado como para que el Barça gane al Sevilla.
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No es Pedri, sino Iniesta, cuando alguien le entrega el balón y de pronto el Camp Nou es un escenario y sobre él danzan figuras gráciles y todo es silencio y oscuridad salvo el foco que cae sobre el centrocampista de pasos limpios y sencillos, perfectos en suma, que desplaza un pase corto o uno medio o uno largo a otro compañero y entonces el futuro Spotify Camp Nou ya no es La Fenice sino otra cosa menos mayestática, menos solemne, menos elegante.
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No es Pedri, sino Zidane, cuando el Juventus Stadium capitula al ver cómo se quita de encima al colombiano Cuadrado en un partido de Champions League, esquivando su marcaje y una amenaza de muerte; también se rinde medio mundo al descubrir la esencia del francés en un taconazo perfecto que rompe a medio Betis y deja a Griezmann solo ante el portero.
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Es Pedri pero no es Pedri Potter. Es Pedri Modric a veces, y otras Pedri Iniesta, y algunas Pedri Zidane. En todas es Pedri, quizá ya don Pedro, un señor de consolidada madurez a cuyo alrededor ocurre todo, como los grandes patriarcas, los grandes jefes y los grandes líderes. Lo extraño, lo único verdaderamente extraño, es que tenga 19 años.